Testimonio de Estefanía Montalvo
Reportera de EL COMERCIO
Dolor e impotencia es lo primero que sentí al hablar con un muchacho que encontré sentado en la acera occidental de la av. Maldonado, afuera de la discoteca Factory. Era un grupo numeroso de roqueros. Sus lágrimas se confundían con la lluvia que caía en Quito esa tarde del 19 de abril del 2008. Me negaba a pensar que había personas allí dentro de ese galpón de donde emanaba humo y, ya, escasas llamas.
¡Qué temor sentí cuando supe que iba a encontrar pésimas noticias! Demoré unos minutos en entrar. Las sirenas de las ambulancias, las llantas de las camionetas policiales rechinaban. Nunca supe por dónde empezar a reportear. ¿Cómo se puede dejar de un lado el dolor que sientes por la desgracia de otros para empezar a entrevistar, a recabar información? Hasta ahora no lo respondo. Pero tuve que hacerlo. La pasión por este oficio fue más fuerte. Supe que con las palabras que escribía y cada cosa que descubra iba a aportar para que esta tragedia no quede en la impunidad y, sobretodo, no se vuelva a repetir jamás. Me armé de valor.
La noche casi se hacía presente. Hablé con los primeros testigos, la policía. El resto de detalles, solo olí, miré y sentí.. Solo conmoviéndose así uno puede contar una verdadera historia, pero siempre respetando a la otra persona.. Así me enseñaron en mi casa y esos valores los llevo tatuados, imborrables.
En mi corta experiencia periodística cubrir este suceso me forjó como reportera: humana y apegada a lo social. Sucesos que marcan un hito en la vida no se olvidan jamás. Ahora que vi el especial que mis compañeros y amigos han hecho, se me estremeció la piel. Reviví cada minuto que estuve allí entre los heridos, los sobrevivientes y los fallecidos. Las palabras escasean para poder describirlo.
El tiempo pasó lento ese día. Pero las llamadas insistentes de mi editor, fotógrafo, infógrafo, mi compañera Belencita (estaba recogiendo información en la morgue) hacían más complicado el trabajo. Sin embargo, así se trabaja, en equipo. Pese a esa “compañía” me sentí sola. Tuve tantas ganas de abrazar a cada una de esos jóvenes, desconsolados por haber perdido amigos, padres, hermanos, primos…
Llegaron las 19:30. El entonces alcalde Paco Moncayo había llegado. También se desplomó. Con esa imagen en mi mente salí corriendo para ir con el señor García (conductor del diario) rumbo a la planta. No atiné a decir ninguna palabra. Mi mirada se quedó perpleja en el parabrisas. Llegué y el editor nocturno me vio tan pálida que me dio un vaso de agua. “Tranquila. Tienes una hora para escribir”. Hasta ahora recuerdo su mirada. Ya en los pasillos de la redacción quedaban pocos.
¿Cómo empiezas a escribir algo tan desgarrador? Solo conté los hechos. Al día siguiente empezaron los seguimientos noticiosos.
Más allá de haber hecho la cobertura, lo que para mí tuvo más valor fueron los seguimientos. Cada día debíamos encontrar algo nuevo. Perseguir a la Policía, Bomberos y Municipio.. esa fue la misión. La primera pista para explicar el hecho fue el informe de la Policía: puertas cerradas. Mmm… Lo primero que pensé es que si esas puertas de emergencia hubieran estado habilitadas, muchas personas aún estarían vivas.
¡Qué impotencia!. Informes de inspección, implicaciones municipales, concejales. Fue como entrar en un laberinto en donde tienes muchas alternativas para caminar, pero solo un camino es el correcta para alcanzar la meta. Finalmente descubrimos varias cosas. Los publicamos. Seguramente todos saben de qué hablo.
Lastimosamente, ahora que casi termino este breve relato, me remuerde el alma saber que los culpables estarán campantes en algún rincón de este planeta. Tienen un peso enorme en su alma. Y estoy segura que lo que haces en vida… se paga en vida.. No esperemos que se cumplan esos pasajes dantescos del infierno. Aboguemos ahora por unirnos todos para que esto no quede en la impunidad. Como dice la frase de la fundación creada por los familiares de las víctimas de Factory. ¡Nunca más!
Estefanía Montalvo C.